viernes, 12 de junio de 2009

Ayudarte

Nadie conoce por qué la santa vocación del ingeniero Carlos de gastar horas, como poseso, al frente de su libreta. Sólo atiende al llamado de peticiones importantes, las que, para su propia suerte, son escazas. Qué puede ser más importante que la penumbra entre mente y papel, para este humilde ingeniero. Pareciera que nada. A veces el cumplimiento de su compromiso laboral se interpone, pero él lo supera mecánicamente, con gesto de muerto, con pasos de desposeído, para luego volver a su mágica rutina de lápiz y hojas.Quién diría que detrás de su cara de tonto , se esconda un ser sensible que siente la necesidad de jugar con palabras.
Nadie sabe lo que escribe. Sería mucho esfuerzo encontrar una pista en los ojos de ese ser que parece inerte. Qué emoción puede desprenderse de quien parece una predeterminación andante.
La gente le pregunta qué es lo que hay entre su extraña actitud y su vieja libreta y él responde, con una ironía mal construida, de esas que delatan su acercamiento a verdad plena, que se trata de un poema de amor.
Sin embargo, a nadie pareciera importarle. El viejo ingeniero Carlos es solo un pobre hombre que responde órdenes y cuya única actitud establecida por él mismo es la del hábito de su libreta, en la cual nada interesante puede estar escrito. Cuando habla, nunca logra acertar comentario coherente, y es imposible que esa, su fama, se evapore en las letras de sus escritos.
Al ingeniero Carlos un día nos le acercamos para explorar al menos una letra entre sus papeles, con el fin de conocer su trazo y de repente encontrar una pista. Fue imposible. Debemos decir que es un excelente guardián, y que un manuscrito no podría estar en mejores manos que las de él. Cuando alguien se acerca, no muestra celo por la mirada curiosa, pero en cuestión de segundos, como si nada pasara, se detiene y encuentra una acción lógica por ejecutar, como limpiar sus encías luego del almuerzo o peinar su escaza cabellera en medio del viento... cualquier acto que le permita cerrar su libreta.
Una tarde, nuestra acuciosidad obtuvo frutos. Entre la puerta entreabierta lo vimos, con su lápiz y sus hojas, con la mirada baja, jurando que estaba solo. Vimos con dificultad algunas letras inentendibles y para borrarles esa condición decidimos acercarnos aún más.
A partir de esa tarde vemos al ingeniero Carlos con otros ojos. Lo vemos con aprecio. Quizá todo por pura suerte. Entre tanta letra tan confusa, tan solo pudimos ver una palabra. Con ella hemos titulado este escrito.

jueves, 5 de febrero de 2009

El ratón

Yo tecleaba algunas cosas cuando mi hermano me llamó desde la cocina. Posiblemente, en otra ocasión no hubiese asistido a su llamado, pero su timbre de voz indicaba que algo extraño había pasado.
Entonces caminé a la cocina y escuché como un pitito de criatura en pena. Al llegar, vi que realmente el pitito era de una criatura en pena que me miraba con ojos saltarines y tiernos, como preguntándome qué estaba pasando, que él solo quería un poco de arroz que había sobre un suelo blanco y que ahora ese suelo blanco no lo dejaba moverse. Entonces mi hermano me dijo que lo ayudara a envolverlo, pero yo no pude, sobre todo porque mi perro me miraba desde abajo como esperando que algo pasara, y me pregunté si había alguna diferencia entre matar un ratón y matar un perro. Y me dije a mí mismo que no había diferencia alguna, por lo que me vi envuelto en un montón de ternura que iba aumentando cuando el ratoncito me miraba con su naricilla pegada al suelo, con el mismo chillido de antes y con ojos de perla negra.
Entonces fui al cuarto de mi madre y le dije que no me animaría a cometer esa injusticia, porque pobrecito el ratón. Mi madre dejó de ver la televisión, me miró y me dijo que quién decía que pobrecita ella cuando limpiaba el poco de mierda que dejaba por todo lado, y que tal vez esa mierda nos la comíamos con los frijoles y la sopa.
Fui otra vez a la cocina y volví a verlo en el mismo estado y le dije a mi hermano que yo no podía hacer eso y me fui. Inmediatamente comencé a escribir esto y cuando casi acababa, es decir, en este justo momento, llegó mi hermano y le pregunté si lo había hecho y me dijo que no, que le dio lástima.
- ¿Entonces qué hizo?
- Diay no… lo dejé ahí.