jueves, 5 de febrero de 2009

El ratón

Yo tecleaba algunas cosas cuando mi hermano me llamó desde la cocina. Posiblemente, en otra ocasión no hubiese asistido a su llamado, pero su timbre de voz indicaba que algo extraño había pasado.
Entonces caminé a la cocina y escuché como un pitito de criatura en pena. Al llegar, vi que realmente el pitito era de una criatura en pena que me miraba con ojos saltarines y tiernos, como preguntándome qué estaba pasando, que él solo quería un poco de arroz que había sobre un suelo blanco y que ahora ese suelo blanco no lo dejaba moverse. Entonces mi hermano me dijo que lo ayudara a envolverlo, pero yo no pude, sobre todo porque mi perro me miraba desde abajo como esperando que algo pasara, y me pregunté si había alguna diferencia entre matar un ratón y matar un perro. Y me dije a mí mismo que no había diferencia alguna, por lo que me vi envuelto en un montón de ternura que iba aumentando cuando el ratoncito me miraba con su naricilla pegada al suelo, con el mismo chillido de antes y con ojos de perla negra.
Entonces fui al cuarto de mi madre y le dije que no me animaría a cometer esa injusticia, porque pobrecito el ratón. Mi madre dejó de ver la televisión, me miró y me dijo que quién decía que pobrecita ella cuando limpiaba el poco de mierda que dejaba por todo lado, y que tal vez esa mierda nos la comíamos con los frijoles y la sopa.
Fui otra vez a la cocina y volví a verlo en el mismo estado y le dije a mi hermano que yo no podía hacer eso y me fui. Inmediatamente comencé a escribir esto y cuando casi acababa, es decir, en este justo momento, llegó mi hermano y le pregunté si lo había hecho y me dijo que no, que le dio lástima.
- ¿Entonces qué hizo?
- Diay no… lo dejé ahí.